lunes, 20 de julio de 2015

El ratón y el pez

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Erase una vez que se era, un ratón diminuto llamado Pick. Pick era marrón. Sus orejas eran enormes, lo que le hacía tener muy buen oído. Sus patas eran pequeñas, pero ágiles y fuertes. Pero Pick, lejos de ser un ratón modelo, era el hazme reír de todos sus amigos ratones. Era demasiado pequeño. 

Pick no se atormentaba por ello. Él vivía feliz, dando vueltas por las casas y las calles. Explorando los sitios más escondidos. Entrando a las cocinas que más le gustaban y comiendo del queso que prefería. Su vida era perfecta. O al menos él pensaba así.

Un día, Pick decidió que ya era hora de sorprender a sus amigos. Dejarían de reírse de él, pensó. 

- ¡Voy a entrar en la cocina de los Fernández! - le dijo a los demás ratones en su reunión semanal.

Lo que se oyó a continuación fueron risas, gritos, y burlas hacia el pobre Pick. ¿Por qué se reían de él los demás ratones?  La casa de los Fernández era famosa por su seguridad. La casa, se situaba en lo alto de una colina, en la parte más alejada del pueblo donde vivían Pick y sus amigos. La casa tenía alrededor un muro enorme, con unos pinchos terribles en su extremo. Por si fuera poco, en el jardín de los Fernández vivían tres perros feroces.

Todos los ratones del pueblo, temían a esos perros y esos muros. De ahí las burlas de los amigos de Pick.

Pero Pick lejos de desanimarse, diseñó un plan perfecto para entrar en la mansión. Se van a enterar, se decía. Nunca más se reirán de mí, pensó. 

Esa noche Pick se deslizó por los altos muros. Esquivó los terribles pinchos. Y consiguió burlar a los perros. Todo iba de perlas. Encontró un agujero en el muro de la casa y entró. Tras unos minutos arrastrándose por el agujero llegó a un pasillo oscuro. Anduvo, despacio, a través del pasillo hacia la luz de una habitación. 

Lo que encontró en ella le dejó sin palabras. Un gran tanque de agua se alzaba ante él, iluminado por una luz azul fantasmal. Plantas, rocas, y pequeños caracoles inundaban esa casa de cristal. Había oído hablar de esas estructuras, las llamaban acuarios. Y en ellos, había oído que habitaban seres extraordinarios que podían respirar bajo el agua. Pero allí parecía no haber ninguno. 

Tras esa habitación la vio. La cocina se encontraba justo tras la habitación del acuario. Sólo tenía que avanzar unos cuantos metros y abrir la despensa, y todos sus sueños de exploración se habrían cumplido. Además, se podría dar un buen festín. 

No había dando un paso cuando le sorprendió una voz:

- ¿Quién va?

Pick se quedó paralizado del miedo. ¡La voz venía del acuario! Pero no era una voz violenta. No daba miedo. Así que tras unos momentos, se presentó educadamente:

- Soy Pick, el ratón explorador. Tan sólo he venido para coger un poco de queso y pan, y para poder decirles a mis amigos que he estado aquí, y que soy el mejor de entre todos los ratones

- ¡Ah! Vale. Entonces...¿no has venido a hacerme compañía? Hoy en día ya nadie me hace mucho caso -contestó el ser que vivía en el acuario. Parecía decepcionado, y triste. 

- Bueno, podría hacer un alto en mi camino si es conversación lo que quieres. ¡Pero no avises a los perros ni a los Fernández pues entonces me marcharé! -le amenazó Pick.

- ¡Claro, amigo! Tranquilo, yo sólo soy un pez aburrido -contestó el pez.

Tras esto, el ratón y el pez estuvieron hablando durante minutos, primero. Los minutos se hicieron horas. Hablaron de la vida en el agua, de la vida en los agujeros. De queso, de pan. Pick le contó al pez todas sus aventuras, como aquella en la que un perro casi le mordió. O aquella otra en la que un gato casi lo captura con sus garras. 

- ¡Está amaneciendo! ¡Debo irme! - exclamó Pick alarmado, al ver que empezaba a haber ruidos en la casa y que el sol comenzaba a asomar tras la ventana. 

- Está bien, ha sido una conversación muy animada. Gracias por este rato, amigo -contestó el pez. Bastante más animado que antes, por cierto.

Pick salió corriendo. Cruzó el pasillo y el agujero. Esquivó de nuevo a los perros (¡qué tontos son algunos!) y saltó el muro. Cuando llegó a casa sano y salvo, contó a todos sus amigos ratones su experiencia. Algunos no le creyeron. Otros se reían. 

A él no le importó mucho. Volvió a la noche siguiente a la casa de los Fernández. Y así, cada vez que se acordaba de su amigo el pez, volvía a visitarlo. Y le volvía a contar sus historias, cada vez más emocionantes y peligrosas. 

Nunca volvió a intentar entrar a la cocina de los Fernández. Pick prefería la compañía del pez. Al fin y al cabo, una amistad vale más que cualquier aventura o trozo de queso. 

FIN
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